domingo, 22 de noviembre de 2015

Escritura creativa: Sueño

<< Corro, pero no huyo. Jadeo, pero no estoy cansada. Grito, pero no tengo miedo.
Estoy sola en una gran habitación, rodeada de ropa. Sobre la única pared que puedo encontrar, un gran reloj hace que el tiempo sea eterno. La aguja del segundero da vueltas sin parar a más velocidad de la que un tren podría alcanzar y la de los minutos permanece estática, sin embargo se que voy tarde, que el tiempo corre en mi contra.
Escarbo entre los montones de ropa buscando mi vestido, pero no aparece. No se cómo lo hago pero consigo en un momento avizorar toda la ropa que hay, y sigue sin aparecer. El reloj comienza a vibrar sobre la pared y unas campanadas como las de La Cenicienta repican dentro de él, avisando de que se me ha agotado el tiempo. Me siento diferente. Me miro y llevo puesto el vestido. No entiendo nada pero corro, en ninguna dirección, buscando una salida que jamás encuentro. Corro y corro, la habitación nunca llega a su fin. Suspiro y grito de nuevo. Un agujero se abre bajo mis pies y caigo, como si acabara de resbalar por la madriguera y fuera hacia el País de las Maravillas.
Caigo de culo sobre un suelo de cristal. Cientos de personas me rodean y clavan sus escandalizadas miradas sobre mí, como si hubiera interrumpido algo sagrado. Miro hacia abajo, y el cristal deja admirar un cielo negro como el azabache, pero deliciosamente cubierto por incontables de puntitos blancos que brillan. Levanto la cabeza y sobre ella un mar, el más azul que jamás haya visto, contonea sus olas. Es todo tan extraño y tan hermoso a la vez, que me arrebata la respiración.
Donde antes había silencio, ahora hay música. Los violines comienzan a tocar una melodía que apenas puedo reconocer pero que me emociona. Estoy a punto de llorar cuando los murmullos se apoderan de la sala. La gente se aparta y un apuesto chico alto, rubio y con un serio semblante se acerca a mí. Me tiende la mano y me ayuda a levantarme. Tiemblo.
La música vuelve a alzarse, melodiosa como ninguna, por encima de todo lo demás. Los murmullos cesan y las parejas vuelven a danzar alrededor nuestra. Él se inclina como pidiéndome permiso para bailar, hago una leve reverencia y cuando voy a tomar su mano para dar los primeros pasos, ésta parece cada vez más distante. Estiro el brazo buscándola, pero no logro alcanzarla. Las parejas cada vez giran más y más rápido, tanto que se desdibujan sus caras. Un remolino de colores me agobia y me presiona. Él se desvanece como si de un globo recién pinchado se tratase. El círculo es cada vez más pequeño, y me siento indefensa, no hay escapatoria. Me agacho y me protejo con mis brazos, las lágrimas escurren por mis mejillas.  Sollozo fuertemente, como esperando a que alguien me oiga, que alguien me ayude.

De pronto me encuentro tumbada en mi cama, con el pijama puesto. La tenue luz de la lámpara sobre la mesita de noche ilumina el libro que tengo entre las manos. Me habré quedado dormida leyendo. Lo cierro y leo su portada: Cuentos clásicos para dormir. Lo coloco junto a la lámpara, la apago y me acomodo entre las sábanas prometiéndome no leer más cuentos antes de dormir, al parecer me provocan más bien pesadillas. Cierro los ojos y una pregunta inunda mi mente: ¿he despertado o sigo dormida? >>

Relato previamente publicado en mi antiguo blog, That Lonely Strawberry.

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